10/11/2011

it's been a while


Ya tiene varios días que despierto contenta de lo que he soñado, he tenido sueños interesantes o que me han divertido (supongo), y no logró recordar por completo de que se tratan. =(



Solo recuerdo que en uno de los últimos iba en un tren y Hoy estaba leyendo un andamio de Benedetti que se trataba de un sueño del personaje en el que iba en un tren,  por lo que se los comparto:


Cuándo el ferrocarril no había empezado aun a moverse, Javier se asombro de que el vagón estuviese vacio. La única presencia extraña era una maleta dura tipo samsonite que dormitaba entre dos asientos mullidos, como siempre son los de primera clase. Los andenes de stazzione Termini estaban en cambio repletos de viajeros,  turistas o autóctonos, con impecables trajes de burócratas o desaliño de globetrotters, con estampa de cosa nostra o sotanas del Vaticano.

Había parejas que se sobaban minuciosamente durante el beso de despedida, madres que lloraban su desconsuelo ante el adiós del hijo recluta asomado en la ventanilla de segunda clase, changadores que sudaban copiosamente, ancianas que pedían ayuda para subir al tren sus discretos vagones.



Javier miraba atónito desde el vagón vacio. Él y la dura maleta acaso abandonada se miraban solidariamente. Cuando el tren por fin arranco, se tapo los ojos. Solo volvió a mirar cuando las plataformas y andenes de la colmada estación habían dejado sitio a la zona industrial, con chimeneas que salían al encuentro del convoy y luego se alejaban en dirección a Roma. Cuando por fin apareció la campiña, con vacas que bostezaban su tedio existencial y corderos que corrian exultantes, como si no les preocupara su futuro de carnicería, y hasta cosa extraña un hipopótamo casi azul metido en un charco barroso.



Durante tres horas, o dos, o cuatro (en el ferrocarril el tiempo avanza como sobre patines), Javier estuvo inmóvil, la valija también. Cuando por fin entraron en otra estación de categoría, Javier reconoció que se trataba de Cornavi, así también se llamaba la única vez que estuvo en Ginebra. Aquí los andenes albergaban mucha gente, pero el estilo suizo se contagiaba a los turistas, y todos, hasta un lote de hooligans que cantaban a capella, parecían circunspectos y un poco estirados. Además, no había curas, ni siquiera monjas. Ni Javier, ni la maleta abandonaron el vagón de primera.

No bien el convoy empezó nuevamente a moverse (ahora iba hacia atrás), el compartimiento fue invadido por un inspector que pidió los billetes en tres idiomas, que no eran precisamente los de suiza. Javier había jurado que se trataba de holandés, portugués y catalán. Le mostro al poliglota su eurailpass. El uniformado lo examino sin el menor interés y se lo devolvió con un gesto tembloroso. Luego advirtió la presencia de la valija enigmática y preguntó si le pertenecía. Lo hizo probablemente en esperanto pero el sentido era inconfundible. Javier negó con su cabeza y con su gorra. El inspector extrajo de su cartera un plumerito y se lo paso a la maleta que en verdad estaba un poco polvorienta. Luego se fue sin saludar.



Ahora el paisaje no era de chimeneas ni de corderos. Había puentes, túneles y una autopista con una interminable hilera de automóviles atascados por culpa de un enorme camión sema volcado y un ciclista aparentemente muerto, rodeado de curiosos y policías. No sabía calcular las varias horas transcurridas desde esa imagen y la entrada del tren en la enorme estación de Frankfurt. El había creído que la próxima era Paris, pero los carteles de Eingang, Aunsgand, Wechsel, se fueron acumulando en su retina. Tampoco aquí abandono el vagón de primera. La dura maleta gris se había convertido en su familia, esta vez el inspector de turno hablo en alemán con acento bávaro y cuando él le enseño espontáneamente el eurailpass, sonrió abiertamente y dijo: gute Reise. No se fijo en la valija compañera y cuando se fue silbaba muy quedamente una tonada que Javier identifico como la gastadísima O Tannenbaum. El tren arranco, esta vez hacia adelante, entre los aplausos de la gente que llenaba la plataforma 5 y Javier reconoció un solo rostro, el del camarero gallego que lo había atendido alguna vez en el hotel Cornavin. ¿Por qué no estaba en Ginebra y si en Frankfurt?


Javier se repantigó en su cómodo asiento, dispuesto a dormitar, pero no pudo. El paisaje, cada vez más veloz, lo sumía en el desvelo. Casitas de dos plantas y teja rojas, grandes bloques de apartamentos en ciudades-dormitorio. Iglesias con nidos de cigüeñas, uno que otro helicóptero extraviado. 

De pronto la puerta del compartimiento se abrió y a Javier le sobrevino una  violenta taquicardia. Una muchacha mas hermosa que cualquier caratula de playboy le dedico una mirada verdadera y acalambrante. Se sentó frente a la maleta, la deposito con algún esfuerzo en el asiento de enfrente, extrajo de su bolso un llavero, abrió el candado y en consecuencia la valija, se quito la chaqueta y la deposito en su interior, luego hizo lo mismo con un pulóver de lana verde, la blusa, los jeans, las medias, los zapatos. Cuando quedo totalmente desnuda y envolvió de nuevo a Javier con su mirada acalambrante, el se puso de pie, ya sin taquicardia, se quito el saco, la camisa, los pantalones, la ropa interior, los calcetines, los zapatos y hasta el reloj pulsera. El rostro de la hermosa era de aceptación incondicional, de placer encierne. Solo dijo tres palabras: “me llamo Rita”. Fue solo entonces que Javier advirtió, para su desencanto, que el tren estaba entrando en otra estación, mucho más modesta que las anteriores y enseguida pudo reconocerla  como la vieja y casi en desuso Estación Central de Montevideo. Miro por última vez a la muchacha y la maleta, y en un gesto desesperado pero impostergable, decidió despertar. Le costó un poco darse cuenta de que el bueno de Bribón le estaba lamiendo un tobillo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario