Desde ayer que no para de llover, hay un huracán (Nate) en las costas de Veracruz, preciamente dónde suelo ir con mis amigos, Costa Esmeralda.
Soñé que llegábamos en un jeep verde a una de las playas de Costa Esmeralda, donde hay tres casitas a la orilla de la playa una es de Xavi, otra es de Ariz y la otra no se sabe de quién es. Nos quedamos todos en la casa de Ariz.
En la noche hicimos un mega reventón, baile y baile por aquí, brinde y brinde por allá, jugando papelitos (es un juego parecido al pictionary de adivinar personajes), cantamos al son de la guitarra de mi hermano entre Héroes del silencio y Belanova estuvo muy agusto la velada.
En la mañana la familia de Xavi llegó y todos, entre medio muertos por la cruda y entre despertando corrimos a tratar de poner un poco de orden a nuestro relajo, en eso estábamos…
Baje a la playa a escuchar las olaS y a ver el sol, sentir la brisa… ME ENCANTA EL MAR! =)
Este sueño me recuerda a unos párrafos de Borges en “la escritura del dios” uno de los cuentitos que se encuentran dentro del libro de “El Aleph”:
Un día o una noche -entre mis días y mis noches, ¿Qué diferencia cabe?- soñé que en el piso de la cárcel había un grano de arena. Volví a dormir, indiferente; soñé que despertaba y que había dos granos de arena. Volví a dormir; soñé que los granos de arena eran tres. Fueron, así, multiplicándose hasta colmar la cárcel y yo moría bajo ese hemisferio de arena. Comprendí que estaba soñando; con un vasto esfuerzo me desperté. El despertar fue inútil; la innumerable arena me sofocaba. Alguien me dijo: no has despertado a la vigilia, sino a un sueño anterior. Ese sueño está dentro de otro, y así hasta lo infinito, que es el número de los granos de arena. El camino que habrás de desandar es interminable y morirás antes de haber despertado realmente.
Me sentí perdido. La arena me rompía la boca, pero grité: Ni una arena soñada puede matarme ni hay sueños que estén dentro de sueños. Un resplandor me despertó. En la tiniebla superior se cernía un círculo de luz. Vi la cara y las manos del carcelero, la rodaja, el cordel, la carne y los cántaros.
Un hombre se confunde, gradualmente, con la forma de su destino; un hombre es, a la larga, sus circunstancias. Más que un descifrador o un vengador, más que un sacerdote del dios, yo era un encarcelado. Del incansable laberinto de sueños yo regrese como a mi casa a la dura prisión…
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